El camino inmortal by Jean-Christophe Rufin

El camino inmortal by Jean-Christophe Rufin

autor:Jean-Christophe Rufin
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Historia, Otros
publicado: 2013-03-01T23:00:00+00:00


Asturias desde el fondo de los tiempos

Si Santiago de Compostela fue la meta profana de mi itinerario, Oviedo constituyó el punto culminante de su componente religioso. Feliz de haber recibido la revelación de la dimensión espiritual del Camino en el momento en que comenzaba a sentir declinar mi motivación, me entregué a partir de Asturias a una exploración metódica de los santuarios a lo largo de los cuales pasaba. Pero, cuando se tiene ese apetito, las pequeñas capillas campestres, los vía crucis, las ermitas son simples aperitivos. El hambre del peregrino en fase mística no puede verse calmada en absoluto por esos piscolabis. No pueden ayudar más que a tener paciencia, mientras se espera ese plato de resistencia espiritual que constituye la ciudad sagrada de Oviedo.

Los peregrinos de la Edad Media consideraban, por otra parte, esta ciudad un destino insoslayable. Un famoso proverbio afirma que: «Quien va a Santiago y no al Salvador, visita a su criado pero no a su señor». Santiago es una figura de segundo plano con respecto al Cristo Salvador al que está dedicada la basílica de Oviedo. Es, pues, un primer término de la peregrinación que se alcanza con esta ciudad. A partir de ella comienza otro viaje, con el que, por otra parte, se contentan muchos: el Camino Primitivo. En Asturias, reino al que sus montañas protegían de las invasiones árabes, el rey Alfonso II, en el siglo VIII, al tener conocimiento del descubrimiento de las reliquias del santo en Compostela, decidió ir a ver personalmente ese milagro. Partió de Oviedo y trazó el camino de la primera peregrinación. Llegar a Oviedo quiere decir, en cierto modo, llegar al final de un viaje y disponerse a emprender uno nuevo. En lo que a mí concierne, Oviedo marcó la cumbre de mi (breve) peregrinación cristiana. El resto del camino hasta esa ciudad fue intenso y hermoso, muy diferente de las primeras etapas profanas y de las que iban a seguir.

Todo se conjugaba, por otra parte, para hacer este tramo del Camino admirable. En primer lugar, dejé Cantabria y su costa, me alejé del mar que había constituido hasta entonces un punto de referencia y una guía. Soltar ese pasamanos costero era volver a sentir el orgullo del niño que da sus primeros pasos sin la ayuda de una mano adulta. Lo desconocido de las tierras, aunque aminorado por la señalización jacobea, era más excitante que el largo rosario de playas y de calas.

A continuación, fui víctima de la seducción de Asturias. En ella, el camino está trazado con el mismo esmero que en el País Vasco, que conduce al caminante fuera de las carreteras, reabriendo para él antiguas calzadas. En Asturias me vi inmediatamente impresionado por algo áspero, primitivo y al mismo tiempo de una gran nobleza. El símbolo de ello es ese pequeño edificio omnipresente que se llama hórreo. Surgido del fondo de los tiempos (se dice que nació en el Neolítico), el hórreo es un granero sobre unas columnas. Los pilares que lo



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